miércoles, 18 de mayo de 2011

HIDALGO DE MI ALMA, recuento del 3er Encuentro Latinoamericano de Escritores Hidalgo 2011 de Bella Clara Ventura de Colombia

HIDALGO DE MI ALMA




1a Parte

Al aterrizar el paso bienhadado en Bogotá después de tenerlo regado por el hermoso México, que se le « encorazona » en el alma a unos y a otros, me detengo con la mirada puesta sobre mi pisada por el Estado de Hidalgo. Sin duda fue andanza feliz y ampliada en dimensión humana gracias a los compañeros que se hicieron a la misma aventura de estar reunidos en el Gran Encuentro Indígena Literario Latinoamericano, del 18 al 25 de Marzo, del que formó parte el III encuentro Latinoamericano de Escritores, que terminó con una maravillosa sorpresa en el Valle del Mezquital. Sitio de clausura del evento bajo la magia del Atlante que se enroscó en el pasado y nos hizo saber de su cultura. Todo ello me salpicó la sensibilidad de vivencias que aún no digiero bien pues son tantas y tan buenas que falta tiempo para elaborar contenidos y conclusiones, pero de a poco iré decantando lo experimentado desde unas vísceras abiertas al conocimiento y a los verbos dar y recibir. Hicieron de su acción un manantial de posibilidades en el proceso de entrega sin ningún tipo de prejuicios.
Bajo la generosa presidencia de María Cristina de la Concha, innegable Quijota de las letras y la cultura en general, se llevó a cabo este andar de hidalgos, que fuimos todos al convertirnos en hidalguenses por una semana de luna llena y de soles naranjas. Desde el DF, lugar de inicio del periplo literario, fuimos conducidos por un excelente conductor y amigo, José Luis, en una “van” a Pachuca, capital del estado de Hidalgo, donde nos recibieron con honores y aplausos. En un salón se dio la buena intención de conocernos entre nosotros, ya que éramos 13 internacionales de diversos países como: Argentina, Brasil, Colombia, El Salvador, Perú, USA, Venezuela y por supuesto varios escritores de México. Abanico de nacionalidades se dieron cita para encontrar en la voz literaria un llamado a la paz y cordura del mundo, pasando por la sabiduría indígena que conoce de cerca las reglas y leyes de la Naturaleza con sus furias cuando el hombre abusa de ella.
Pachuca con su plaza monumental y el reloj, símbolo que la habita abrió sus sonrisas a nuestra arribo para dejar en sus bancos y habitantes el bouquet de nuestra palabra. En la Fundación Arturo Herrera Cabañas se estableció el cruce de atisbos del alma entre todos los participantes bajo el manto del verso alado que nos cobijó durante toda la tercera semana de Marzo.
En lo personal tuve una vivencia fuera de lo común, ya que el director de la fundación informó a título de cultura general que también en dicha capital existía una comunidad judía, se me dijo judía-indígena. Me pudo la curiosidad por ir tras las raíces y hacerme a un conocimiento adicional. Conocer de cerca la historia de esos judíos que se establecieron con hidalguía en Hidalgo siglos atrás, me indujo a perseguirlos como tesoro bendito. Como no encontré quien tuviera el mismo interés en el tema, tomé un taxi sola, tal vez solamente con mis demonios y ángeles interiores, hacia Venta Prieta, una colonia en Pachuca retirada del centro. Suelo « tirarme al ruedo », sin temor a las consecuencias cuando algún llamado especial me hace dirigir los pinitos hacia otras orillas donde quizá me nutra de otra manera, como fue el caso de mi “pesca milagrosa”. Hice como Sherlock Holmes a la caza de su presa, iba sin más indicación que la de una comunidad judía en Venta Prieta.
Luego de un trayecto de unos 20 minutos, que me resultaron eternos, al haber sido víctima de sospechosas referencias sobre la seguridad de irme sola con un conductor desconocido (bien sabido es el riesgo que se corre en cualquier parte de mundo sin ser Colombia ni México la excepción), pasamos por varias avenidas y puentes hasta abrazar nuestro destino final: Venta Prieta. Inclusive el taxista me había preguntado: « ¿y por qué anda tan solita? ». Ese tipo de preguntas causan intranquilidad pero me sabía en buena vía para conseguir un hallazgo espiritual, de esos que llevan bendición, o por lo menos un halo diverso que da sosiego. Ya Venta Prieta, el taxista le averiguó a un transeúnte: « ¿por favor, dígame adónde queda la sinagoga ? ». El hombre de facha pueblerina indicó que la iglesia quedaba a tres cuadras más allá y que era una casa azul en una esquina. Hacia ese lugar nos dirigimos convencida que al primer intento daría con algún judío, como si fuera obvia mi búsqueda. Frente a la fachada descrita, toqué a la puerta sin obtener respuesta. Frustrada en intenciones, me dirigí hacia una papelería justo enfrente, y pregunté si alguien estaba en el lugar sagrado, obtuve como contestación que solamente hasta dentro de 4 horas aparecerían los del rezo. Entonces insistí que me orientaran hacia un hogar judío. La vendedora me miró de arriba a abajo como quien se pregunta: ¡qué diablos querrá esta mujer con un cantadito extraño para contactarse con algún judío sin importarle nombre ni dirección del fulano en cuestión! Le sonreí con sonrisa dominguera y plácida. Creo que atisbó en mi rostro la imperiosa necesidad de lograr mi hazaña, y me indicó que a 3 cuadras se hallaba la residencia de Rubén y sus dos hermanos, también con nombres de pila bien judíos. Me fui caminando con el apuro de un paso que no quiere confusión.
Ante el portón timbré no sin cierto desespero pues no anhelaba que se me escapara la oportunidad de entrevistarme con judíos del barrio. Una voz inquirió, « ¿quién es? ». Respondí : « soy una colombiana- judía que busca conocer a gente de la comunidad judía de aquí ». Un hombre maduro me hizo seguir hasta el jardín, me devolví para cancelar el importe del taxi, segura de que había dado con el buen paradero de mi odisea. Pagué la carrera y despedí al taxista, quien ya había conseguido otro cliente para fortuna propia. Volví sobre mis pasos, y esta vez me recibió un hombre mayor, sin ser anciano, que me hizo sentir inoportuna. Suplicante le insistí que no podía echar por el suelo el sueño de saber más sobre ellos, y que venía de muy lejos sin rumbo exacto, además que acababa de despachar al chofer y ya no tenía norte en mi mente, sólo el de conseguir hablar con representantes de la comunidad judía de Venta Prieta. Algo inquieto y desconfiado, me hizo saber que para ello era indispensable una cita previa. En ese momento sentí como un puñal en el pecho. Cómo se me iban a esfumar mis ilusiones con una mala cara ante mi llegada. « Lo lamento pero tengo invitados, es shabat, día sagrado y no puedo atenderla », repuso verbalizando su discurso con una actitud poco amable, al contradecir el más elemental de los preceptos del judaísmo, que al extranjero siempre se le recibe bien. Algo me decía que el hombre se traía un guardado en su alma. Le ofrecí disculpas por haber llegado sin previo aviso y contestó con la inteligencia de quien conoce la condición humana, « entonces estamos a la par ». Lo que traduje mentalmente por: si usted es inoportuna y yo un tanto descortés, ¡mis buenos motivos tendré! ». Me sentí despedida y, antes de partir enredada en la frase le supliqué que me informara sobre otra puerta para tocar. Creo que en cierto punto le ablandé el corazón, ya que no me vio mal vestida ni con ínfulas de pedir nada. Suspiró y me dijo ya con aire más amistoso: « siga esta cuadra hacia abajo como 3 calles y pregunte por los Téllez ». Mi búsqueda se basaba en la terquedad de dar con la Historia, cualquiera que fuera su procedencia.
Fui de aldabón en aldabón esperando que algún Téllez fuera el indicado, sin obtener resultado. Tras pasar por la presencia tres familias con dicho apellido, que me dijeron ser conversos, al cuarto portón llegué a pegarme al timbre. Sin respuesta. Desilusionada me encaminé hacia la tienda de enfrente, una carnicería. Indagué si en aquella casa amarilla vivía la familia Téllez, y obtuve un sí con la cabeza. Dije: « pero nadie abre ». « Insista que ahí están » fue la contestación de la dependiente. Regresé con los bríos más subidos y dispuesta a jugarme el todo por el todo. La puerta recibió mis palmazos, pero sin eco alguno. Enfurecí el puño y di mayor golpe, hasta que una voz femenina inquirió: « ¿Quién es? ». Leí el tono y comprendí que encubría un concepto, quién se atreve a tocar así. Con voz bajita e indefensa respondí: « soy una judía colombiana que viene a conocerlos ». Entreabrió la puerta y vi a una señora bien vestida con su falda a media pierna y un pañuelo que le cubría la cabeza. Supe de inmediato que estaba frente a una dama religiosa o por lo menos observante de las leyes de Moisés. « Entra », invitó en tono generoso luego de observarme de arriba hacia abajo, como quien detalla el objeto y le da el visto bueno. Depositó la visión de sus ojos inquisidores sobre los míos que se tornaron suplicantes y claros. Le seguí el paso y me encontré en una sala frente a una señora anciana en silla de ruedas pero con la mirada bien firme y atractiva, una joven hermosa con sus ojos sedosos y francos, (quien resultó ser la esposa del rabino y nieta de la anciana), y 3 señoras de mediana edad.

Todas me saludaron no sin cierta curiosidad. De inmediato confesé que era colombo-mexicana, por tener madre nacida en Puebla y padre surafricano con ancestros turcos y griegos pero que nunca había vivido en México sino en Colombia. Me hicieron sentir en confianza, brindándome una silla y ofreciéndole a mi paladar viandas kosher, aceptadas con agrado. Y les relaté lo sucedido antes de llegar a ellas. Una lágrima traicionó mi emoción además del esfuerzo, no sin alta dosis de empeño que había tenido que librar para hacerme a la visita inesperada. Escucharon atentamente mi historia, pero yo en realidad iba tras la de ellas. Me contaron que eran de los primeros judíos en llegar a México y que se habían establecido en Hidalgo gracias a la buena fortuna que tuvo esa región y a la bondad de la acogida. Me hablaron de manera soterrada de una bendición que acompañó sus pisadas. El rabino quien se encontraba en reposo en otro cuarto hizo su aparición, y de inmediato sentimos la cercanía de alma. Ya no era una extraña.

Me atreví a preguntar dónde estaban los judíos indígenas. Se miraron entre ellos de manera sorpresiva. Y ahí me dijeron: « por ello Rubén no quiso dar declaraciones. Ciertas entrevistas concedidas las tornan escandalosas, tal vez con la idea de vender más sus reportajes pero no con la de hacer justicia a la verdad. No somos indígenas sino puros sefardís llegados desde España a finales del siglo XV », me aclaró la mujer que me había permitido entrar a su hogar. Coincidía con el día del festejo de Purim. Fecha y sitio indicados para hablar de Ester y de la celebración de Purim, conmemoración del pueblo judío por haber obtenido un milagro: su salvación. Yo ya estaba a salvo en manos y miradas amigas, que me devolvieron la seguridad de que cuando se quiere algo con la fuerza del ser, se logran las cosas al precio que sea desde el efecto de la insistencia. Supe de ellos. Se sumaron a los afectos del alma. Y siendo la hora del regreso como prometido, retorné a Pachuca no sin antes recibir las consabidas bendiciones de boca de cada uno.



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