Quisiera creer que los susurros
apagados que cruzan mi ventana,
provienen del albo ojo nocturno
advirtiéndome que el canto
en mi memoria
no viene del océano,
ni es el choque del viento,
es el espeso sonido de la niebla
tragando distancias.
Corta tus rasgos el filo de una pausa
con helados espasmos
exhalando largo suspiro,
entonces, triunfal,
a la hora indicada,
al son de cantos gregorianos y cirios,
apareces,
duro el rostro,
acallando voces a tu paso
el índice en los labios
en señal de perentorio silencio.
Se apaciguan mis antiguos dolores
bajo la inmensidad de ese cielo
tantas veces sordo a mis plegarias,
los brazos del sol tocan los míos
juego otoñal de amarillos reflejos
golpeando mi melancólica memoria,
deslizando por mi ajada tez,
partículas marinas
que semejan llanto.
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